18.4.14

Envejecer en un minuto

0 comentarios


¡Carajo! Qué no ven que el escritor no se ha vuelto cobarde. Que aún yace de pie recubierto de letras nada sanas. Que sus perversiones se mantienen intactas y que sus propios engaños aún rondan su voz. Cómo pueden hacer, ustedes repetidoras selectivas e insaciables que despojan de cualquier profundidad las letras que tocan,  para dedicarle un poco más de tiempo a la celebración de lo inaceptable. Qué necesitan para aceptar la traición.  Sí, se ha ido. Bajo su larga sombra no está sólo una tumba en la que no quedará piel. Allí, también, sobrará la excitación, los remordimientos, las mentiras y seguro esa maldita sonrisa. Esa maldita sonrisa que nunca se le fue.

Ese mismo día, ya me había visto sorprendido por una urgencia cautivante de la vida para demostrarme que envejecemos. Pero no le bastó. Había preparado, la muy desgraciada, una sorpresa más. Cuando llegó, yo estaba en un matadero de esos cualquiera, donde la gente asiste para compensar el poco sexo con comida. Allí lo escuché. Cómo si se constiparan, se retraerán hacia dentro, como si les importara, retiraban las sobras del borde de su boca, anunciaban que “el man se murió”. 

Nunca antes me había sentido desmoronado de pie, al menos de ese modo. Tome una charola plástica y me senté allí en medio de todos. Recordé cuando le decliné mi fe a sus historias y cómo ya no le creía los cuentos mágicos. Pero, ese momento –por unos segundos-  me arrepentí. Hubiese querido volver, regresar al primer libro que leí, que era suyo (seguramente el más mágico de todos) y volver a imaginar los días que vendrían.  Pero esa no era una opción. Continué mi conversación sin expresar el más mínimo dolor y luego de unos minutos abandoné el sitio.  Pero cuando salí, el mundo era otro.

El monologo interior de muchos había abandonado su jaula y ahora invadía falsamente todos los lados. Todos sufrían, todos extrañarían sus letras (que irónicamente no llegaron a apagarse), lo recordarían como periodista, escritor, novelista fantástico, cuentista mentiroso y más.  Y entonces me senté a esperar, a ver, cómo el realismo mágico le pagaría  a su padre creador.  La respuesta no llegó o no ha llegado aún.  Entonces noté que lo más sano luego de lo acontecido era sentirle mi profunda pena a la única persona que sabía que lo lleva con ella siempre.  “solo nos queda Vallejo” , escribí.  No se me hubiera ocurrido una forma distinta de decírselo. 


A su salud. En nombre del hombre que no verán. Hoy recordamos que el escritor no se ha vuelto cobarde, sigue allí en la trinchera.

Foto: Getty Images