15.7.15

Maldito

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No tardó mucho en reconocerse como un maldito. El final de la narración podría ser ese. Un final que no se detiene en la complementariedad de lo bueno y lo malo, que no lo expía de ninguna de sus palabras, que lo entrega –de alguna forma- consciente de sus acciones y que, sobre todo, le impide –tanto al lector como a él- sucumbir a la tentación alegórica de la memoria. Vamos sin misericordia.

Su maldición había logrado colarse disfrazada de fortuna. Después de todo, así es como nos llega al 90% de nosotros. Un día te levantas, te cambias, te vas, te crees próspero y ya no regresas con la felicidad encima. No importa el tiempo que pase o los recuerdos que cargues, todos los años vividos y los que están por venir se resumirán únicamente a esas 24 horas que lo perdiste todo. Pero a él tan temprano como le llegó la conciencia de su pesadumbre, también lo invadió una inteligencia limpia de vanidad. Lastimosamente, es bien conocido por todos que toda agudeza intelectual o sensible hunde más a su propietario en la recóndita esencia de una existencia injusta.


Solo ahora advierto, mientras repaso todas las palabras, que a pesar de su insistencia por la importancia de excederse en la distancia, se sentía solo. Y aunque logró con éxito evadir esa sensación por muchos años, entregándose a la compañía de una mujer a quien amó con toda la profundidad que pudo encontrar, no logró librarse de ella. Ahora al final se reconoce maldito.

3.7.15

Despertar

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No sabemos perdernos, vaya incapacidad. Vivimos obligados a los recuerdos. Entonces uno despierta un día, no se reconoce y trata de convencerse que sigue siendo el mismo. Sales, caminas y te despistas de aquella voz en tu cabeza que te grita que te vayas, que no eres de acá. Entonces sonríes, te frunces, te desesperas, respiras y saludas al primer conocido que encuentras. Y aunque el dolor te inunde te quedas allí, quieto con la mirada atenta y una expresión amigable escuchándolo. Finges que te interesa, abalas lo que dice, le dedicas un par de palabras, le das la razón y te vas.  No se trata de ignorar a los que te rodean, se trata de ignorarse a uno mismo. Y justo cuando empiezas a olvidarte de las ausencias, te asalta un recuerdo y regresas, te convences de que sigues existiendo, que todo va bien, que pudiese ser peor y caminas. Pero el segundo antes de cruzar la calle pasa un bus, de esos de los años 90, y quieres embarcarte y perderte. Quieres. Al final no te has ido, sigues, llegas y sigues.