29.10.15

Hoy música

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21.10.15

¡Es cosa hecha!

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-¡Oh señor!- exclamó, dirigiéndose al verdugo. Este caballero que usted encuentra postrado a sus pies, es culpable ¿Verdad?

-¿Acaso importa?- infirió el encapuchado.

-¡Oh señor!, por desgracia, importa y mucho-. Últimamente le he tomado aprecio al hábito de llevar la testa sobre el cuello –se burló-. ¡Escúcheme!, sé bien que nos separa…

-Sí, señor- dijo el verdugo, interrumpiendo al hombre rendido- sin despegar su mirada del filo del hacha y levantando sus hombros, como el panteonero que evita ver el rostro de la viuda. -El caso, señor verdugo, -prosiguió el sentenciado- es que soy inocente, he llegado aquí por atrevimiento y capricho de una mujer.

-También yo sentiría la necesidad de ser inocente frente al cirio- replicó inmediatamente el verdugo.-Qué diferencia haría en mentir al verdugo que me ha sido asignado-, respondió. Todos sabemos que usted está obligando a finalizar mi rabia, no vaya a creer que trato de persuadirlo.

-Bien, no realice movimiento alguno y todo será rápido-, sentenció aquel robusto hombre que sujetaba con una sola mano una sólida hacha. -Ella observa el cumplimiento de la sentencia-, interrumpió. Seguro usted también sentiría terminar aquí por perentorias jugarretas de una dama. El verdugo pareció poner atención al penitente.

-No hay más que hablar, hombre- contestó el encapuchado. Seré el liberador de su amargura, el que borre el padecimiento de su espíritu. No vivirá, pero su alma será aliviada y ennoblecida. A diario formalizo y ejecuto la brusca labor encomendada –refunfuñó- y en ninguna me he visto forzado a compartir palabras.

-¡Pues bien, señor! ¡Corte mi cabeza! ¡Quíteme el dolor y resentimiento, que por ello terminé aquí! Público es que, durante casi 10 años, amé con intensidad poco vista. He vivido hasta aquí convencido de la bondad del amor… no por lo sucedido juzgaré torpemente los gestos dulces. Estoy resuelto a entregar mi existencia si con ello sus ambiciones se cumplen.

-¿Listo?- preguntó el verdugo. ¡Es cosa hecha! ¡No hay más que hablar!

-¡Dios mío! ¡Amigo que pronto te resuelves! Por lo menos, escúchame, mientras agitas ese aparejo. –Qué talento el de esta mujer, dejarme morir aquí-, prosiguió sin prestar atención al movimiento del hacha. –No sabe el padecimiento que me provoca su injusticia-.

-Amigo mío, con mi muerte no encontrará libertad-, lo dijo sin lágrimas en los ojos. –Se entregó a mis contradictores con su petulante alevosía. No es libre…- El rústico artefacto silenció al hombre. No importó. Desde lo alto ella nunca escuchó palabra alguna.

-¿Qué haces aquí holgazán? – bramó el verdugo a un consumido hombre que con ímpetu se arrojó a la escena. –Apúrate pedazo de animal, limpia todo. El infeliz no me ha escuchado y se ha movido en el último segundo-.  

El individuo flaco limpió con cuidado todo el lugar. Nadie se quedó a mirar su labor. Mientras limpiaba repetía: –Ibas a pasarte la vida leyendo esos condenados libros, en vez de cuidar la cabeza. Pero la cuchilla apuró su paso y ahora, en la eterna noche, perderás el tiempo repitiendo los párrafos leídos-.

Silencio.  

Jacko | Cruzar



20.10.15

Adiós

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Fue este el periodo más doloroso de su vida. Le habría sido fácil alistarse en cualquiera de los regimientos que guarnecían a Besançon, podía hacerse maestro de latín, no le hubiese faltado colocación como preceptor, pero para ello necesitaba renunciar a la carrera, dar un adiós eterno al porvenir de gloria que le pintaba su imaginación, morir, en una palabra. Stendhal - ROJO Y NEGRO

Soy beligerante. En esta profesión y en esta vida la pavura no funciona. No necesitan saber nada más de mí. Únicamente que creo, con absoluta firmeza, que: nadie cambia. Quizá, saber -además- que gozo mucho de este enunciado de Buñuel: “No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”. Quizá, estar al tanto de mi desarraigo de las exposiciones controladas de afecto (cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc.). “Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos”, decía Flaubert. Quizá, no pecar de rudeza. La gente que se aleja de gente para saber quién es, se da cuenta –al amanecer- que son quienes -siempre- fueron. No creo en la reconciliación. Después de todo, como dice Sontag, para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada. Es que estoy cansado de los cobardes. Y pese que resulta ineludible derrumbarme por el dolor que me ocasiona, me es imposible evitar, y parafraseo a Stendhal, que la conciencia de su cobardía encienda en mi pecho una tempestad de indignación.  


Adiós, procura ser siempre justa y piadosa. 


Jacko | Adiós

16.10.15

Permítete ser malo

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Yo no sabía en ese momento que la última vez que la iba a ver era esa noche. Recién ahí, cuando descubrí su ausencia, me di cuenta de que se anularon las contingencias. Cierra los ojos, imagina su rostro. Permítete ser malo. Admite esa necesidad humana de reprocharle. Para. No lo hagas, acomódate tienes que acostumbrarte a su deserción. Nos marchamos. Continúanos. El tiempo será siempre la mejor forma de medir la distancia. No detengas el reloj. Recuerda. Una tarde sí que estaba mal. Probablemente te hayas imaginado que estaría bien. Te equivocas.

Estas acá, espero no vengas a saludar. Yo no quería estar, pero estoy.  Hay que ser de una madera especial para bancarse esto: la derrota y el olvido. Porque una cosa es ser quien recuerdas que soy; pero otra muy distinta es ser una persona común, como vos o como yo, que sintió el tiempo y que de golpe despertó para ver en lo que se había convertido. 

Jacko | Noche 

12.10.15

Solo en el exilio

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Siempre llego acá disfrazado de letras. Disfrazado, pensado, estampado, cortado, amputado, oculto, arbitrario y manipulado. Llego, pues, también me es indispensable creer. Hoy, sin embargo, he venido desarticulado.  Desprovisto de cualquier intención estética o sensible. He llegado, de alguna forma, porque no tengo a dónde más ir. Entonces, antes que llegar, me han traído. Quizá pueda sacar provecho y  acá divida un poco la duda que me asalta. ¿Se puede seguir viviendo?


“Ir al exilio no es nada. Volver de allá es atroz” escribió Pavese (tanto Pavese como Vila han ocupado largas horas de mi vida en estos últimos días). Ya ha pasado un tiempo, desde la primera vez que decidí irme. Hoy, luego del regreso, se ha vuelto insostenible la angustia. Quiero volver a irme. No puedo. Tengo que quedarme. Y me he quedado. Entonces, un día me despierta un llanto desconsolado. Me parece comprensible. No existe otra forma de aceptar la muerte. Y si algo nos queda claro, como sostiene Sontag, es que hablar de cáncer es siempre hablar sobre la muerte. Se me ocurre: ¡Qué poco sabemos del cáncer!

Quiero irme. Me parece que no se puede seguir viviendo. Acá todos sufren. Y aunque  “buscamos siempre el lado inmóvil del tiempo”, como lo caracteriza Vila, lo cierto es que avanzamos deslumbrados al desmoronamiento. Nadie entiende por completo la soledad hasta que se enfrenta a la exclusión voluntaria de todos. Cuando llegas a ese punto, sabes que necesitas que alguien cuide de ti. Lo sé. No me interesa.


Me quiero ir. Así como Kassim, de Quiroga, se permitió esperar un momento; y cuando el solitario quedó por fin perfectamente  inmóvil, se retiró sin ruido. Así me quiero ir, cerrando cuidadosamente la puerta. Estoy seguro, acá ya no se puede seguir viviendo. 

Jacko | Solo en el exilio