El origen de los colores
Esas mujeres son las que prefiero yo. Aquellas que
van enamorando en su camino y que están seguras de sentir la libertad tan
fuerte como el viento en sus rostros. Ellas que no encuentran ningún paralelo
que las detenga o cielo que las asuste -ni en compañía, ni en soledad-. Esas
mujeres de cabello alborotado y sonrisa gigante. Las que durmieron en lugares
inimaginados porque están seguras que persiguen un sueño. Las que saben que no
existe un sitió único para su vida. Las que buscan el amor y lo encuentran
-muchas veces- solo en la literatura. Ellas que memorizaron a Cervantes y
Nietzsche, que cantan sin saber cantar, que bailan solas y que no temen amar
son las mujeres que no olvido.
Entonces, cómo detener sus presencias si están tan
estrechamente vinculadas con sus necesarias ausencias. Al final, sólo nos
quedará la sombra de sus zapatos gastados, medias rotas, caricias, besos y
despedidas. Para que cuando vayamos avanzando en nuestros propios caminos
podamos reconocer su paso y nos tomemos 5 minutos para recordarnos en ellas.
Sin embargo -estoy seguro- volveremos a
encontrarnos en alguna vieja calle de esos lugares despegados del mundo. Y no
despertaremos de la sorpresa de la misma sonrisa, ojos y magia grabados en el
recuerdo. Ellas nos contarán sus vidas, nos dirán sus penas, escucharán
nuestras caricias y luego se volverán a ir, sólo que esta vez no las volveremos
a ver y la vida será tan insuficiente que acudiremos a la mentira de la
imaginación. Mientras tanto, ellas seguirán vitales, valientes y fuertes
inventando más mundos.
La isla congelada / Jacko |
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