No sabemos perdernos, vaya
incapacidad. Vivimos obligados a los recuerdos. Entonces uno despierta un día,
no se reconoce y trata de convencerse que sigue siendo el mismo. Sales, caminas
y te despistas de aquella voz en tu cabeza que te grita que te vayas, que no
eres de acá. Entonces sonríes, te frunces, te desesperas, respiras y saludas al
primer conocido que encuentras. Y aunque el dolor te inunde te quedas allí,
quieto con la mirada atenta y una expresión amigable escuchándolo. Finges que
te interesa, abalas lo que dice, le dedicas un par de palabras, le das la razón
y te vas. No se trata de ignorar a los
que te rodean, se trata de ignorarse a uno mismo. Y justo cuando empiezas a
olvidarte de las ausencias, te asalta un recuerdo y regresas, te convences de
que sigues existiendo, que todo va bien, que pudiese ser peor y caminas. Pero el
segundo antes de cruzar la calle pasa un bus, de esos de los años 90, y quieres
embarcarte y perderte. Quieres. Al final no te has ido, sigues, llegas y sigues.
Galdós, ¿moderno?
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AL fin ha saltado a la palestra la cuestión. Ya se estaba haciendo
esperar: Galdós no es tanto como creen algunos en España, país
norteafricano. Galdós no...
Hace 5 años
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