No sabemos perdernos, vaya
incapacidad. Vivimos obligados a los recuerdos. Entonces uno despierta un día,
no se reconoce y trata de convencerse que sigue siendo el mismo. Sales, caminas
y te despistas de aquella voz en tu cabeza que te grita que te vayas, que no
eres de acá. Entonces sonríes, te frunces, te desesperas, respiras y saludas al
primer conocido que encuentras. Y aunque el dolor te inunde te quedas allí,
quieto con la mirada atenta y una expresión amigable escuchándolo. Finges que
te interesa, abalas lo que dice, le dedicas un par de palabras, le das la razón
y te vas. No se trata de ignorar a los
que te rodean, se trata de ignorarse a uno mismo. Y justo cuando empiezas a
olvidarte de las ausencias, te asalta un recuerdo y regresas, te convences de
que sigues existiendo, que todo va bien, que pudiese ser peor y caminas. Pero el
segundo antes de cruzar la calle pasa un bus, de esos de los años 90, y quieres
embarcarte y perderte. Quieres. Al final no te has ido, sigues, llegas y sigues.
El feo asunto de García Montero y Gil de Biedma ("una vida en el armario")
-
Del feo asunto de Gil de Biedma se han dicho esta última semana muchas
cosas, pero acaso las más insólitas se deban a García Montero, con ocasión
del hom...
Hace 3 años
0 comentarios:
Publicar un comentario