20.10.15

Adiós

Fue este el periodo más doloroso de su vida. Le habría sido fácil alistarse en cualquiera de los regimientos que guarnecían a Besançon, podía hacerse maestro de latín, no le hubiese faltado colocación como preceptor, pero para ello necesitaba renunciar a la carrera, dar un adiós eterno al porvenir de gloria que le pintaba su imaginación, morir, en una palabra. Stendhal - ROJO Y NEGRO

Soy beligerante. En esta profesión y en esta vida la pavura no funciona. No necesitan saber nada más de mí. Únicamente que creo, con absoluta firmeza, que: nadie cambia. Quizá, saber -además- que gozo mucho de este enunciado de Buñuel: “No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”. Quizá, estar al tanto de mi desarraigo de las exposiciones controladas de afecto (cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc.). “Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos”, decía Flaubert. Quizá, no pecar de rudeza. La gente que se aleja de gente para saber quién es, se da cuenta –al amanecer- que son quienes -siempre- fueron. No creo en la reconciliación. Después de todo, como dice Sontag, para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada. Es que estoy cansado de los cobardes. Y pese que resulta ineludible derrumbarme por el dolor que me ocasiona, me es imposible evitar, y parafraseo a Stendhal, que la conciencia de su cobardía encienda en mi pecho una tempestad de indignación.  


Adiós, procura ser siempre justa y piadosa. 


Jacko | Adiós

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