21.10.15

¡Es cosa hecha!

-¡Oh señor!- exclamó, dirigiéndose al verdugo. Este caballero que usted encuentra postrado a sus pies, es culpable ¿Verdad?

-¿Acaso importa?- infirió el encapuchado.

-¡Oh señor!, por desgracia, importa y mucho-. Últimamente le he tomado aprecio al hábito de llevar la testa sobre el cuello –se burló-. ¡Escúcheme!, sé bien que nos separa…

-Sí, señor- dijo el verdugo, interrumpiendo al hombre rendido- sin despegar su mirada del filo del hacha y levantando sus hombros, como el panteonero que evita ver el rostro de la viuda. -El caso, señor verdugo, -prosiguió el sentenciado- es que soy inocente, he llegado aquí por atrevimiento y capricho de una mujer.

-También yo sentiría la necesidad de ser inocente frente al cirio- replicó inmediatamente el verdugo.-Qué diferencia haría en mentir al verdugo que me ha sido asignado-, respondió. Todos sabemos que usted está obligando a finalizar mi rabia, no vaya a creer que trato de persuadirlo.

-Bien, no realice movimiento alguno y todo será rápido-, sentenció aquel robusto hombre que sujetaba con una sola mano una sólida hacha. -Ella observa el cumplimiento de la sentencia-, interrumpió. Seguro usted también sentiría terminar aquí por perentorias jugarretas de una dama. El verdugo pareció poner atención al penitente.

-No hay más que hablar, hombre- contestó el encapuchado. Seré el liberador de su amargura, el que borre el padecimiento de su espíritu. No vivirá, pero su alma será aliviada y ennoblecida. A diario formalizo y ejecuto la brusca labor encomendada –refunfuñó- y en ninguna me he visto forzado a compartir palabras.

-¡Pues bien, señor! ¡Corte mi cabeza! ¡Quíteme el dolor y resentimiento, que por ello terminé aquí! Público es que, durante casi 10 años, amé con intensidad poco vista. He vivido hasta aquí convencido de la bondad del amor… no por lo sucedido juzgaré torpemente los gestos dulces. Estoy resuelto a entregar mi existencia si con ello sus ambiciones se cumplen.

-¿Listo?- preguntó el verdugo. ¡Es cosa hecha! ¡No hay más que hablar!

-¡Dios mío! ¡Amigo que pronto te resuelves! Por lo menos, escúchame, mientras agitas ese aparejo. –Qué talento el de esta mujer, dejarme morir aquí-, prosiguió sin prestar atención al movimiento del hacha. –No sabe el padecimiento que me provoca su injusticia-.

-Amigo mío, con mi muerte no encontrará libertad-, lo dijo sin lágrimas en los ojos. –Se entregó a mis contradictores con su petulante alevosía. No es libre…- El rústico artefacto silenció al hombre. No importó. Desde lo alto ella nunca escuchó palabra alguna.

-¿Qué haces aquí holgazán? – bramó el verdugo a un consumido hombre que con ímpetu se arrojó a la escena. –Apúrate pedazo de animal, limpia todo. El infeliz no me ha escuchado y se ha movido en el último segundo-.  

El individuo flaco limpió con cuidado todo el lugar. Nadie se quedó a mirar su labor. Mientras limpiaba repetía: –Ibas a pasarte la vida leyendo esos condenados libros, en vez de cuidar la cabeza. Pero la cuchilla apuró su paso y ahora, en la eterna noche, perderás el tiempo repitiendo los párrafos leídos-.

Silencio.  

Jacko | Cruzar



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