12.10.15

Solo en el exilio

Siempre llego acá disfrazado de letras. Disfrazado, pensado, estampado, cortado, amputado, oculto, arbitrario y manipulado. Llego, pues, también me es indispensable creer. Hoy, sin embargo, he venido desarticulado.  Desprovisto de cualquier intención estética o sensible. He llegado, de alguna forma, porque no tengo a dónde más ir. Entonces, antes que llegar, me han traído. Quizá pueda sacar provecho y  acá divida un poco la duda que me asalta. ¿Se puede seguir viviendo?


“Ir al exilio no es nada. Volver de allá es atroz” escribió Pavese (tanto Pavese como Vila han ocupado largas horas de mi vida en estos últimos días). Ya ha pasado un tiempo, desde la primera vez que decidí irme. Hoy, luego del regreso, se ha vuelto insostenible la angustia. Quiero volver a irme. No puedo. Tengo que quedarme. Y me he quedado. Entonces, un día me despierta un llanto desconsolado. Me parece comprensible. No existe otra forma de aceptar la muerte. Y si algo nos queda claro, como sostiene Sontag, es que hablar de cáncer es siempre hablar sobre la muerte. Se me ocurre: ¡Qué poco sabemos del cáncer!

Quiero irme. Me parece que no se puede seguir viviendo. Acá todos sufren. Y aunque  “buscamos siempre el lado inmóvil del tiempo”, como lo caracteriza Vila, lo cierto es que avanzamos deslumbrados al desmoronamiento. Nadie entiende por completo la soledad hasta que se enfrenta a la exclusión voluntaria de todos. Cuando llegas a ese punto, sabes que necesitas que alguien cuide de ti. Lo sé. No me interesa.


Me quiero ir. Así como Kassim, de Quiroga, se permitió esperar un momento; y cuando el solitario quedó por fin perfectamente  inmóvil, se retiró sin ruido. Así me quiero ir, cerrando cuidadosamente la puerta. Estoy seguro, acá ya no se puede seguir viviendo. 

Jacko | Solo en el exilio 

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