-¡Oh señor!- exclamó, dirigiéndose
al verdugo. Este caballero que usted encuentra postrado a sus pies, es culpable
¿Verdad?
-¿Acaso importa?- infirió el
encapuchado.
-¡Oh señor!, por desgracia,
importa y mucho-. Últimamente le he tomado aprecio al hábito de llevar la testa
sobre el cuello –se burló-. ¡Escúcheme!, sé bien que nos separa…
-Sí, señor- dijo el verdugo, interrumpiendo
al hombre rendido- sin despegar su mirada del filo del hacha y levantando sus
hombros, como el panteonero que evita ver el rostro de la viuda. -El caso,
señor verdugo, -prosiguió el sentenciado- es que soy inocente, he llegado aquí por
atrevimiento y capricho de una mujer.
-También yo sentiría la necesidad
de ser inocente frente al cirio- replicó inmediatamente el verdugo.-Qué diferencia
haría en mentir al verdugo que me ha sido asignado-, respondió. Todos sabemos
que usted está obligando a finalizar mi rabia, no vaya a creer que trato de
persuadirlo.
-Bien, no realice movimiento
alguno y todo será rápido-, sentenció aquel robusto hombre que sujetaba con una
sola mano una sólida hacha. -Ella observa el cumplimiento de la sentencia-, interrumpió.
Seguro usted también sentiría terminar aquí por perentorias jugarretas de una
dama. El verdugo pareció poner atención al penitente.
-No hay más que hablar, hombre-
contestó el encapuchado. Seré el liberador de su amargura, el que borre el
padecimiento de su espíritu. No vivirá, pero su alma será aliviada y ennoblecida.
A diario formalizo y ejecuto la brusca labor encomendada –refunfuñó- y en
ninguna me he visto forzado a compartir palabras.
-¡Pues bien, señor! ¡Corte mi
cabeza! ¡Quíteme el dolor y resentimiento, que por ello terminé aquí! Público
es que, durante casi 10 años, amé con intensidad poco vista. He vivido hasta
aquí convencido de la bondad del amor… no por lo sucedido juzgaré torpemente los
gestos dulces. Estoy resuelto a entregar mi existencia si con ello sus ambiciones
se cumplen.
-¿Listo?- preguntó el verdugo. ¡Es
cosa hecha! ¡No hay más que hablar!
-¡Dios mío! ¡Amigo que pronto te
resuelves! Por lo menos, escúchame, mientras agitas ese aparejo. –Qué talento
el de esta mujer, dejarme morir aquí-, prosiguió sin prestar atención al
movimiento del hacha. –No sabe el padecimiento que me provoca su injusticia-.
-Amigo mío, con mi muerte no
encontrará libertad-, lo dijo sin lágrimas en los ojos. –Se entregó a mis
contradictores con su petulante alevosía. No es libre…- El rústico artefacto
silenció al hombre. No importó. Desde lo alto ella nunca escuchó palabra
alguna.
-¿Qué haces aquí holgazán? –
bramó el verdugo a un consumido hombre que con ímpetu se arrojó a la escena. –Apúrate
pedazo de animal, limpia todo. El infeliz no me ha escuchado y se ha movido en
el último segundo-.
El individuo flaco limpió con
cuidado todo el lugar. Nadie se quedó a mirar su labor. Mientras
limpiaba repetía: –Ibas a pasarte la vida leyendo esos condenados libros, en
vez de cuidar la cabeza. Pero la cuchilla apuró su paso y ahora, en la eterna
noche, perderás el tiempo repitiendo los párrafos leídos-.
Silencio.
Jacko | Cruzar |
0 comentarios:
Publicar un comentario