Siempre llego acá disfrazado de
letras. Disfrazado, pensado, estampado, cortado, amputado, oculto, arbitrario y
manipulado. Llego, pues, también me es indispensable creer. Hoy, sin embargo,
he venido desarticulado. Desprovisto de
cualquier intención estética o sensible. He llegado, de alguna forma, porque no
tengo a dónde más ir. Entonces, antes que llegar, me han traído. Quizá pueda
sacar provecho y acá divida un poco la
duda que me asalta. ¿Se puede seguir viviendo?
“Ir al exilio no es nada. Volver
de allá es atroz” escribió Pavese (tanto Pavese como Vila han ocupado largas
horas de mi vida en estos últimos días). Ya ha pasado un tiempo, desde la
primera vez que decidí irme. Hoy, luego del regreso, se ha vuelto insostenible
la angustia. Quiero volver a irme. No puedo. Tengo que quedarme. Y me he
quedado. Entonces, un día me despierta un llanto desconsolado. Me parece
comprensible. No existe otra forma de aceptar la muerte. Y si algo nos queda
claro, como sostiene Sontag, es que hablar de cáncer es siempre hablar sobre la
muerte. Se me ocurre: ¡Qué poco sabemos del cáncer!
Quiero irme. Me parece que no se
puede seguir viviendo. Acá todos sufren. Y aunque “buscamos siempre el lado inmóvil del tiempo”,
como lo caracteriza Vila, lo cierto es que avanzamos deslumbrados al
desmoronamiento. Nadie entiende por completo la soledad hasta que se enfrenta a
la exclusión voluntaria de todos. Cuando llegas a ese punto, sabes que necesitas
que alguien cuide de ti. Lo sé. No me interesa.
Me quiero ir. Así como Kassim, de
Quiroga, se permitió esperar un momento; y cuando el solitario quedó por fin
perfectamente inmóvil, se retiró sin
ruido. Así me quiero ir, cerrando cuidadosamente la puerta. Estoy seguro, acá
ya no se puede seguir viviendo.
Jacko | Solo en el exilio |
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