¡Carajo!
Qué no ven que el escritor no se ha vuelto cobarde. Que aún yace de pie
recubierto de letras nada sanas. Que sus perversiones se mantienen intactas y
que sus propios engaños aún rondan su voz. Cómo pueden hacer, ustedes
repetidoras selectivas e insaciables que despojan de cualquier profundidad las
letras que tocan, para dedicarle un poco
más de tiempo a la celebración de lo inaceptable. Qué necesitan para aceptar la
traición. Sí, se ha ido. Bajo su larga
sombra no está sólo una tumba en la que no quedará piel. Allí, también, sobrará
la excitación, los remordimientos, las
mentiras y seguro esa maldita sonrisa. Esa maldita sonrisa que nunca se le fue.
Ese
mismo día, ya me había visto sorprendido por una urgencia cautivante de la vida
para demostrarme que envejecemos. Pero no le bastó. Había preparado, la muy
desgraciada, una sorpresa más. Cuando llegó, yo estaba en un matadero de esos
cualquiera, donde la gente asiste para compensar el poco sexo con comida. Allí
lo escuché. Cómo si se constiparan, se retraerán hacia dentro, como si les
importara, retiraban las sobras del borde de su boca, anunciaban que “el man se
murió”.
Nunca
antes me había sentido desmoronado de pie, al menos de ese modo. Tome una
charola plástica y me senté allí en medio de todos. Recordé cuando le decliné
mi fe a sus historias y cómo ya no le creía los cuentos mágicos. Pero, ese
momento –por unos segundos- me
arrepentí. Hubiese querido volver, regresar al primer libro que leí, que era
suyo (seguramente el más mágico de todos) y volver a imaginar los días que
vendrían. Pero esa no era una opción.
Continué mi conversación sin expresar el más mínimo dolor y luego de unos
minutos abandoné el sitio. Pero cuando
salí, el mundo era otro.
El
monologo interior de muchos había abandonado su jaula y ahora invadía
falsamente todos los lados. Todos sufrían, todos extrañarían sus letras (que
irónicamente no llegaron a apagarse), lo recordarían como periodista, escritor,
novelista fantástico, cuentista mentiroso y más. Y entonces me senté a esperar, a ver, cómo el
realismo mágico le pagaría a su padre
creador. La respuesta no llegó o no ha
llegado aún. Entonces noté que lo más
sano luego de lo acontecido era sentirle mi profunda pena a la única persona
que sabía que lo lleva con ella siempre.
“solo nos queda Vallejo” , escribí.
No se me hubiera ocurrido una forma distinta de decírselo.
A su
salud. En nombre del hombre que no verán. Hoy recordamos que el escritor
no se ha vuelto cobarde, sigue allí en la trinchera.
Foto: Getty Images
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