13.5.20

Orgullosos de la distancia

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Hay que estar orgullosos de la distancia. La verdad, todo esto me desacomoda del mundo. Todavía no tengo lo que se necesita para apaciguar el odio a lo mediocre, normal y corriente. Y estos días, como lo escribió Vilariño, “el mar no es más que un pozo de agua oscura”. Trato, no estoy seguro de lograrlo, de no abandonar abrumado el encierro, de no hacer trampa. Fuera, tantos merecen nuestro desprecio.

En cuanto alcance el límite de lo soportable, como en el Lobo Estepario de Hesse, no habrá más que abrir la puerta y estaré fuera. Correré a verte. Por ahora, la distancia me regresa a lo básico: escribo nada más para salvarme, nada más para estar cerca tuyo.

Escúchame, te imagino resistiéndote a repetir cada palabra. Sonríe. Allá tú, la delicada en épocas brutales, la sensible, la cálida, la que lo cuenta todo, la valiente, la segura, la loca de la casa, la luz. Acá el frío, el que no cuenta nada, el derrotado, el imprudente, el que no cambia, el desequilibrado. Y, en medio, la distancia. Y a pesar que “el mar no es más que un pozo de agua oscura”, seguimos juntos.

“Creo sinceramente que por alguna unión mística nos hemos convertido en una sola carne; Simplemente estoy enferma, físicamente enferma, sin ti. Lloro; Pongo mi cabeza en el suelo; Me ahogo, odio comer; odio dormir, o ir a la cama … Estoy viviendo en una especie de muerte en vida”, Sylvia Plath.

Cuatro años llevas metida en mi vida, imponíendome ternura. Y precisamente ahora que siento la aniquiladora necesidad de darte las gracias, otra vez, lejos. No durará para siempre la victoria de los infames. Volveremos a tomar las calles, volveremos cínicos a regocijarnos de la poca importancia del mundo. Volveré a repetir que me salvas de la existencia. Te abrazaré. No me importa ser descuidado.

¿Qué recordaremos sobre el encierro? Acaso, los pájaros picoteando los granos de arroz que dejamos en las macetas; el viento encerrado en el corredor que se cola por mi ventana; los cuerpos perdidos, solos en medio de la calle; las lágrimas que inundaron ciudades; el enojo enclaustrado de la injusticia; el miedo de amar mortales; no sé.

Por ahora, solo me cabe una idea: Hay que estar orgullosos de la distancia. “La noche no es profunda, es fría y larga” (Vilariño).  Pensarte y no verte, duele. Lloramos, quizá es el precio de amar en el fin del mundo. Volveremos a estas letras. Pasarán los años. Seguiremos juntos.