27.6.21

Envejecer

0 comentarios

 Para Tólstoi, envejecer pudo significar retirarse de la vida. Vivíamos todos en el mismo cuarto, dos camas conjuntas en menos de cinco metros de ancho, una ventana pequeña que daba a una maceta. Éramos cuatro. El baño quedaba fuera, en el patio. La regadera estaba sobre el retrete. En la pared manchas que parecían animales, plantas, nubes. En esa casa, fue la primera vez que pensé en la vejez. Tenía doce años. Un niño. Envejecer era la noche total, la certeza de habernos perdido algo. Detenernos, obligadamente. "Cuesta bastante trabajo creer/ En un dios que deja a sus criaturas / abandonadas a su propia suerte / A merced de las olas de la vejez / Y de las enfermedades / Para no decir nada de la muerte", Nicanor Parra. A los doce años, crees que te lo estás perdiendo todo. Pese a recordarlo, no sé cuándo decidí que la vejez es inmovilizarte, encerrarte, confinarte. Así, con el dativo “te”. Es, como lo escribió Neruda, “Yo no creo en la edad./ Todos los viejos / llevan / en los ojos / un niño, / y los niños / a veces / nos observan / como ancianos profundos”. Una decisión propia. Los últimos en tomarla serán inmortales. ¿Qué pasa?, preguntaron mis padres. “Nada”, respondí. Solo los miro. No vayamos a detenernos, nunca. “Me ahogo en la realidad: / Mis pasos ya no son anónimos, / ya no saben andar sobre el mar; / Aunque luchen / Mis brazos ya no saben volar, / Ya no me reconozco. Me he olvidado. / Me gustaría volver. Pero ¿hacia quién? / Todo me duele. / ¡Siento una ansia terrible / De mí misma!”, Ana Blandiana. Mientras sigamos, no seremos viejos, seremos desafiantes.